Me monté en la moto, intentando arrancarla, pero la mujer me cogió del brazo impidiéndolo.
-Suéltame.
Sonó como una orden que pareció asustarla e hizo que aflojara un poco.
-Frank, eres mi hijo...
-Que unos papeles de un absurdo ayuntamiento diga eso no significa que sea cierto, ¿sabes?
-No me digas eso, por favor, ya hemos sufrido todos lo suficiente...
-¿Por qué no iba a decirlo si es lo que siento?
-Porque eso no es así.
-No, no lo es.
Las lágrimas caían de sus ojos, yo me intentaba aguantar el llanto manteniéndome duro y frío como el mármol.
-Hace tiempo que esta familia me da puro asco.- Continué tratando de hacerla llorar más para que no me agarrara y así poder soltarme.- No sé por qué he venido.
Me solté. Objetivo conseguido. Aceleré todo lo que pude con los ojos cerrados, dejándome llevar por la ira. "No, no lloraré esta vez". Trataba de convencerme a mi mismo de algo que creía prácticamente imposible.
La vida comprende un periodo de tiempo que, por muy corto que sea, te da tiempo a pensar, a darte cuenta de cosas por ti mismo. Como cuando lo único que piensas cuando te vas a dormir es "Ojalá nunca me vuelva a despertar". Ahí te das cuenta del serio problema que tienes. Tratas de cambiar, reflexionar y prosperar durante unos instantes, pero es inútil; sabes que mañana volverás a caer y no habrá nadie ahí para ayudarte a levantar. Así que te encierras en tu mundo interior y tratas de hacer algo por el mundo, como quedarte callado y apartado del resto, con los cascos puestos. La música llega a lo más hondo de tu corazón y te ayuda a liberarte mientras recuerdas tiempos mejores, mientras vives en el pasado y te olvidas del presente.
De pronto mi vista se tornó negra, el dolor recorría mi cuerpo y desvanecí.
(NARRA GERARD)
-De verdad que no lo entiendo.- Dije llevándome las manos a la cabeza.
-Ya, no te preocupes, se solucionará.- Dijo Mikey poniendo su mano en mi hombro.
-Bueno, me voy ya, ¿vale?
-Adiós.
Cogí el autobús que quedaba más cerca de "mi" bosque y caminé hasta alcanzar el tronco en el que me solía sentar.
Admiré el paisaje otoñal y lo plasmé en la hoja de papel que tenía en la mano.
A los cincuenta minutos no podía distinguir cuál era el bosque y cuál el dibujo. Suspiré orgulloso de mi trabajo y de repente oí unos pasos y gemidos de dolor acercándose.
Ahí estaba. Ensangrentado, lleno de sangre y medio inconsciente.
-¡Frank!